Alberto Biesok: Meine Bäume

“Cuando hemos aprendido cómo escuchar a los árboles, entonces la brevedad y la rapidez y la precipitación infantil de nuestros pensamientos alcanzan una dicha incomparable”                                                                                                                                                                                                                                                                                            Hermann Hesse

Alberto Biesok (Valencia, 1981) dibuja, pinta y fotografía casi como una obsesión. Su verdadera pasión, la naturaleza. Es un pintor de paisajes, se apropia de ellos a través de su mirada. Pinta los árboles de su memoria, de su infancia, al mismo tiempo que se deja llevar por la imaginación que le persigue en sueños y que inconscientemente se ve empujado a retratar. Para ello se sirve de la fotografía, experimenta con ella concediéndole un efecto pictórico ya sea pintando el parque natural de la Sierra Calderona o el Himalaya. Biesok siente la fugacidad del tiempo y por ese motivo tiene la necesidad de pintarlo todo. Su obra, su trabajo, gira en torno a “sus árboles” o como a él mismo le gusta calificarlos en su lengua paterna, el alemán, a “Meine Bäume”.

El artista se revela como un apasionado, un acérrimo de la naturaleza. Disfruta paseando y adentrándose en los paisajes que nos rodean, ya sean las montañas como las que le han visto crecer o las que captura en cada uno de sus viajes. Todos los árboles son diferentes ante su atenta y delicada mirada; tanto es así, que  recrea cada uno de los pequeños detalles como la espesura, el color, la complexión, la luz… Las particularidades de todos ellos son trazadas de forma única y con un gesto especial que hace que uno se enamore de sus creaciones. Su trabajo es delicado y con un marcado sentimentalismo. Su compromiso con la naturaleza es más que evidente, hace relevante la misma naturaleza del ser humano.

‘Pino’. Fotografía ©Alberto Biesok

Inmensidad y sublimidad, dos aspectos de su obra que recuerdan a los pintores románticos alemanes como Caspar David Friedrich (1774-1840), pero con una interpretación totalmente contemporánea. La fuerza imprevisible de la naturaleza hace imposible no sentirse abrumado ante la visión ensombrecida del ser humano ante la capacidad aurática de la proyección inmensurable del medio ambiente. Uno se siente empequeñecido por la infinitud de su extensión, por la grandeza y al mismo tiempo por la sencillez admirable de la materia natural.

Sentimientos y fuerzas contrarias. Cuando se habla de lo sublime es imposible no mencionar la belleza extrema que emana, capaz de llevar al espectador a un éxtasis más allá de su racionalidad, o incluso de provocar dolor por ser imposible de asimilar. No olvidemos que el concepto de lo “sublime” fue redescubierto durante el Renacimiento, y gozó de gran popularidad durante el Barroco, durante el siglo XVIII alemán e inglés y sobre todo durante el primer Romanticismo.

Alberto Biesok nos adentra en lo más profundo de la naturaleza proponiendo una visión de nuestro entorno melancólico, con un cierto aire de misterio que acerca al espectador a los grandes paisajistas del s. XIX, como el británico William Turner (1775-1851), con un toque personal que no deja de recordarnos al ya mencionado Caspar David Friedrich. El mismo artista se autodenomina paisajista, un término que es consciente no está muy en boga hoy en día. No obstante, se puede decir que no es un paisajista común, pues se aproxima a ese paisaje realista y contemporáneo que camina hacia la abstracción del pintor Zao Wou Ki (1921-2013). Emborrona, difumina, sesga y superpone paisajes, creando composiciones imposibles que solo son capaces de cobrar vida a través de su trazo. En Biesok observamos atmósferas cargadas de misticismo, imágenes enigmáticas en torno al simbolismo y significado mismo del árbol, como ente sagrado, realidad absoluta y nexo de unión entre los mundos.

‘Nubes del atardecer rompen con la vegetación del bosque. Fotografía ©Alberto Biesok

El árbol es vida y representa nuestra cosmogonía, el crecimiento, siempre asociado a la maternidad y a la introspección interior y el estado emocional. Son muchos los artistas, filósofos y escritores que han sucumbido a su poder hipnotizante, el ejemplo más claro es el del alemán Hermann Hesse (1877-1962) en su obra “El Caminante”  (Wanderung, 1920) quien escribió “Los árboles me han dado siempre los sermones más profundos”. Hesse se sirve del lenguaje del alma, deshace las fronteras entre los humanos y los árboles, y abre la comunicación con ellos. Biesok, al igual que Hesse estable una conexión primaria y originaria asentada en la aceptación, el respeto y el silencio por estos seres milenarios. Carl G. Jung (1875-1961) también postuló acerca de la simbología del árbol: “El crecimiento de abajo hacia arriba y viceversa, el aspecto maternal: protección, sombra, techo, frutos comestibles, fuente de vida”. En definitiva, ambos hacen reflexionar sobre el símbolo de vida, de crecimiento y de desarrollo personal.

El tratamiento que Alberto Biesok le confiere a cada una de sus obras rara vez se repite, pues, cada árbol es único en su memoria. Su trabajo presenta una mirada que brota de entre la hierba o matorrales de los árboles, resaltando la magnitud y la nobleza de estos seres vivos que sufren las inclemencias del tiempo y las más que inoportunas acciones llevadas a cabo por la mano del hombre. El artista ofrece una visión más natural, casi mental y sentimental de los árboles, que el visitante absorbe como experiencia. Además, gracias al halo romántico que circunda toda su obra, se refleja una gama cromática oscura y fría que muestra a los árboles escondidos, que aparecen y desaparecen entre los rayos del sol. El ambiente que predomina es el de atardeceres o amaneceres, creando una luz etérea que embellece más si cabe a nuestros árboles aún cuando se encuentran entre nubarrones negros. También existen paisajes cercanos de nuestras montañas con cielos azules y soleados. El artista utiliza según sus exigencias y necesidades el óleo, el acrílico, el grafito o la acuarela indistintamente, pues es un gran conocedor de los diferentes estilos, domina cualquier técnica que se proponga en función de limitación de su imaginación.

'Brumas de bosque Mediterráneo''.  Fotografía ©Alberto Biesok
‘Brumas de bosque Mediterráneo». Fotografía ©Alberto Biesok

Lo curioso de la presente muestra es la forma que tiene Biesok de presentarnos a los árboles como sujetos individuales y únicos en busca de su propia verdad, dotándolos de un protagonismo más que merecido como elementos principales del motivo propiamente en sí, paradójicamente al tratamiento que hacían los famosos paisajistas británicos decimonónicos -J. Constable y W. Turner-, los cuáles plasmaban grandes tempestades así como paisajes campestres donde los árboles eran tan solo un componente más. Aquí los protagonistas son los árboles, sus troncos, sus hojas, sus cicatrices… Alberto Biesok invita a meditar, a detenernos un instante, dejando atrás miradas perdidas y fugaces, que sinceramente son indiferentes y resultan vacías ante las emociones.

©Alberto Biesok
‘Mirando a través de la hierba’. Fotografía ©Alberto Biesok

Sus cuadros, sin lugar a dudas, captan y atraen la atención por su gran poder de atracción, por su riqueza, por su misterio y, sobre todo, por el mensaje que parece que intentan transcribirnos los árboles. Los necesitamos para vivir. Es como si a través de los pigmentos, de la técnica mixta sobre el lienzo que emplea Biesok, los árboles quisieran conectar con todos nosotros  -a pesar de estar heridos y mutilados por la mano del hombre- transmitiéndonos todo su valor además de su fortaleza y nos acogieran como si de los brazos de una madre que vela por sus hijos se tratase.

Biesok representa a seres vivos que, a pesar de ser castigados y olvidados por la mayoría de los humanos, siguen sustentando a esta humanidad encantada que sucumbe ante los encantos de la globalización.

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