La naturaleza, el ser humano y la poesía están relacionados desde los orígenes, bajo una concepción estética donde se albergan y fluyen los sentimientos y las experiencias. La creatividad, en todas sus formas y manifestaciones, ya sea en la contemplación, la meditación, el arte o la poesía, conforma una forma de comunicación y de acción que también nace y converge en la naturaleza. Es en esa naturaleza donde se produce el conocimiento y donde se provocan sensaciones, limitadas únicamente por las propias creencias y la tradición socio-cultural de cada individuo. A mi juicio, este hecho es más una necesidad del ser que un placer puramente estético, puesto que el ser humano necesita plasmar, es decir, materializar sus emociones y sus experiencias con la naturaleza, en poemas o a través de obras arte.
En el caso en concreto de Rossana Zaera, nos percatamos que sus fotografías están trabajadas desde una perspectiva y un conocimiento escultórico, donde mayoritariamente suele destacar el equilibrio, la quietud, la belleza, el silencio, y, sobre todo, las formas desde un lenguaje común para los sentidos. Al hablar de belleza aquí, hago referencia a lo que Tomás de Aquino (1224/25- 1274) define como “aquello que agrada a la vista” (‘quae visa placet’), que está íntimamente ligado al equilibrio y a la armonía que nos proporciona la naturaleza. Precisamente, esa naturaleza, como decía, puede conducir a sentimientos de atracción y bienestar emocional, en comunión con la propia tradición histórico-cultural, además constituye una experiencia subjetiva en sí misma –el paso del tiempo, la soledad, la violencia o las enfermedades que cada uno de nosotros sufrimos en nuestro cuerpo–.
A lo largo de la exposición ‘Humanas, demasiado humanas. Las heridas del Alfabeto Natural’, podemos sumergirnos en el mundo cultural de la propia artista que actúa a modo de puente, de conductora de sensaciones y experiencias que nos afectan directa e indirectamente –como el dolor, las heridas o las cicatrices– y que interpreta de manera poética, además de transformarlas en conocimiento. La propia Zaera comenta: “Detrás de las heridas descubrí un hermoso alfabeto tan antiguo como el tiempo, universal e impronunciable, cuya fonética guarda en secreto la naturaleza”.
Cada una de las marcas/cicatrices que encontramos tanto en los árboles como en nuestros cuerpos forman parte de un alfabeto natural, según la artista, cuyas grafías asemejan dichas hendiduras y que ella misma ha creado a partir del trazo y el movimiento –típico oriental–, de ese gesto que convierte en manchas de tinta en consonancia a su estado de ánimo y, sobre todo, al silencio. Este hecho le permite a Rossana Zaera jugar con las palabras no dichas, con las ideas y los sueños truncados a causa de las heridas que forman parte de nuestro alfabeto natural –innato–, gracias a la sutileza del tratamiento en cada una de sus obras.
Heridas que dejan surcos, marcas, hendiduras y cicatrices que recuerdan y evocan sensaciones humanas. El presente trabajo, que se puede visitar en la Llotja del Cànem de Castellón, se caracteriza por una influencia oriental fundamentada –concretamente proveniente del Zen japonés–, puesto que en el acto de plasmar no añade nada, no espera nada; Zaera tan solo pretende reinterpretar su visión del dolor.
El Zen japonés y la naturaleza se caracterizan por la asimetría, la simplicidad, el desequilibrio, la soledad y toda una serie de ideas afines que constituyen los rasgos más característicos del arte y la cultura japonesa. La percepción de la verdad del Zen es “el Uno en los Muchos y los Muchos en el Uno”, o mejor, “el Uno permaneciendo como uno en los Muchos, individual y colectivamente”, y es precisamente éste el propósito que pretende reflejar Zaera en sus fotografías. Cada rozadura, corte, arañazo o agravio contra la natura se convierte en una afrenta propia; esa aflicción se convierte en acercamiento, en semejanza, en vida, en definitiva. “He encontrado en la naturaleza unas heridas bellísimas. Nunca hubiera imaginado lo parecidas que son a nuestras cicatrices, y con cuanta similitud nos las curamos”, remarca. Esta es una obra en la que se destaca el hecho de que cada nudo de árbol posee una belleza intrínseca y única como la de cada uno de nosotros. Al mismo tiempo, debemos tener en cuenta que siempre acaba curándose y brotando de nuevo, otra característica común a nuestra cultura, si entendemos por cultura “todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido”, como apuntó el poeta y escritor T. S. Eliot (1888-1965); es decir, las heridas y las cicatrices nacen de las múltiples experiencias que nos brinda la vida, en la que es inevitable sufrir en algún momento y forman parte, inexorablemente, de nuestra condición de seres vivos.