Conociendo a Clara Bleda…

autoretratoclarabledaLa obra de Clara Bleda (Valencia, 1987) es un claro reflejo del paso del tiempo y sus relaciones, las conexiones y las interacciones de sus habitantes en las ciudades. Trabaja principalmente el lenguaje de comunicación urbana y le fascina la fotografía por el poder que desprende la lente, capaz de detener  el tiempo y congelar el momento.

Todo empezó en el cuarto oscuro de sus tíos, la pareja fotográfica ‘Bleda y Rosa’, donde pasaba las horas observando la magia que brotaba dentro de esa oscuridad. De todos modos, no fue hasta que experimentó la necesidad de plasmar un instante jugando, tomando una caja de zapatos por cámara, que determinó su decisión de convertirse en fotógrafa.

Bleda cree en la labor formativa y el entrenamiento visual del fotógrafo, de ahí que abogue por una formación abierta. Hay que instruir la mirada y nuestra manera de mirar. De ahí que, como fotógrafa, recomiende leer, visionar imágenes y asistir a diferentes cursos, conferencias, talleres, etc. Todo forma parte del enriquecimiento, tanto profesional como personal, puesto que, al fin y al cabo, uno mismo desarrolla la forma de mirar, es decir, de saber mirar lo que le interesa retratar. O lo que es lo mismo, encontrarse a sí misma, gracias al bagaje cultural que le aporta y enriquece  su ‘cultura visual’.

Clara Bleda desarrolla y crea su propio lenguaje a partir de buscar sus propios referentes. Apasionada de los libros de fotografía, vive las instantáneas como una necesidad de sustraer los lugares que le fascinan y parar el tiempo para, acto seguido, explorar y desentramar la historia y su relación intrínseca con el ser humano.  Entre sus debilidades, están los fotógrafos topográficos del s.XIX, los documentalistas como Walker Evans, Robert Frank, los pioneros del color como John Sternfeld, Stephen Shore, William Eggleston o Helen Levitt…

La fotógrafa trabaja con una cámara analógica, que le ofrece la particularidad de conferirle a sus imágenes ese tratamiento de película que le aporta un toque especial y muy característico. Prefiere la textura y los matices que le aporta su analógica que las cámaras más modernas digitalizadas. Y lo prefiere porque considera que todos sus proyectos son personales, de modo que se inclina a realizar la captura y descubrir después gratamente lo que ha plasmado. El resultado es algo mágico y mucho más satisfactorio. Podría decirse incluso que es casi como un acto de fe, puesto que ella es consciente de lo que vive y experimenta en el momento de disparar su objetivo y espera poder retenerlo sin saber realmente si consiguió su propósito.

Su aval en el mundo fotográfico no se cuestiona y sus imágenes hablan por sí solas. Su estilo destaca por una estética tipográfica que se caracteriza por la frontalidad, la atemporalidad en la imagen,  el aire documental que persigue al intentar reflejar el transcurrir del tiempo y la saturación de los colores –en contraposición a ciudades grises como Londres o Berlín, donde ha trabajado. No suele fotografiar a personas, porque es tímida y no le gusta invadir o transgredir la intimidad del individuo. Gusta más de los lugares como muestra de nuestro devenir, como huellas de nuestra memoria, sobre todo porque hablan de los hombres, ya que de por sí están ocupados y habitados por personas. Destaca, además, su pasión, que logra transmitirnos a través de la fotografía artística y documental, captando fragmentos cotidianos atemporales para nuestra época; además de sus tipografías, borrosas u olvidadas por muchos de nosotros, que actúan como testimonio gráfico de la ciudad.

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